La música es la emoción incorrupta por la razón y el mecanismo de la escusa; la emoción envuelta de verdad cruda a la vez que estética, algo plenamente humano, aparentemente divino. La música acorta los días cuando se alargan sus canciones en la senda del extraño dominio de las formas sinuosas de la mente. En la música no hay marcos tratando de encuadrar la niebla, hay niebla entrando voluntariamente en compases exactos.
A la música se llega por la brisa en el desierto, por la lluvia en la estepa, por la certeza y la esperanza de lo invisible. A la música se llega por el dolor y la piel raída de palabras. Se llega hasta ella por el sueño despierto y por el sueño dormido, por los ojos abiertos que no se pueden cerrar y todo aquello que, aunque durmamos, nos espera.
No es música otra cosa que la sublimación de la palabra, del lenguaje; una forma de amor más allá del alcance de nuestro entendimiento; algo latente en la distancia entre dos personas.
Si dios existe, es a través de ella como nos habla, o nos tienta, o nos enseña. Si él no existe, no entiendo que ella exista. Quizá sean lo mismo. Quizá yo no lo entienda.
Es en la música el perdón tras las palabras y tanta matemática del sentimiento. Es la música una pequeña muerte y un renacimiento. Es la calma del agua, del ser, tras la agitación de la conciencia humana.
Es la música lo que mejor habla contigo. Y conmigo.
Es un regalo que alguien nos hizo alguna vez para que pudieses comprender lo incomprensible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario