Siempre me han fascinado los caracoles. Por dentro translúcidos
y suaves bajo dura concha en la que
cobijarse cuando tienen miedo, o simplemente para poder dormir. Su belleza
lenta, cándida, húmeda, me conmueve especialmente en días como estos, en los
que me encantaría que lloviese para poder salir, respirar eso que deja la
tormenta en el aire, esa mezcla de vida y de muerte sin paliativos, sin humos
que encubran de lo que realmente está hecho el viento: de principio y fin, con
todos sus matices.
Hoy, como un caracol, busco una sombra oscura y silenciosa. En realidad, como un caracol, cualquier pie podría hoy romperme en pedazos: mi escudo es, en sí mismo, una mentira. Pero no importa. Solo quiero dormir.
Añoro su lentitud, su bondad inofensiva, su calma bochornosa… Hoy siento que no podría pasar un día de mi vida sin correr por algo, sin cuestionarlo todo, sin temer la nada, sin doblar el rumbo sin temblar, sin dañar a alguien o, por el contrario, otorgar a algún desconocido el bálsamo temporal que necesita. Porque nada es eterno. Pero eso no perturba la calma de los caracoles. No importa si el tiempo se acaba, no importa si se pierde o si me pierdo. Si fuese un caracol, simplemente, sería.

No hay comentarios:
Publicar un comentario